Sexo y personas con diversidad funcional

Las personas con discapacidad intelectual o con movilidad reducida tienen las mismas apetencias y preferencias sexuales que el resto de la población.

Sus limitaciones físicas o mentales no impiden el deseo sexual. Más bien es la sociedad en su conjunto la que pone barreras y prejuicios para que no vivan su afectividad y erotismo de un modo efectivo y saludable.

En muchos casos la familia y el entorno más próximo son los que deberían promover o facilitar una vida sexual plena a las personas con diversidad funcional.

Asistencia sexual: un servicio social indispensable

Las y los asistentes sexuales son profesionales cualificados que orientan a las personas con discapacidad en cómo pueden experimentar una vida sexual activa y placentera con su propio cuerpo y con terceras personas.

La asistencia social procura empatía, afecto, confianza e intimidad, estableciéndose límites consensuados entre el profesional y la persona asistida.

Se trata de fortalecer e incentivar la práctica de la libertad sexual sin trabas ni prejuicios para que las personas con diversidad funcional tengan una vida sexual o erótica satisfactoria.

La persona con discapacidad no accede al cuerpo del o la profesional asistente. No hay relaciones de sexo oral, ni caricias, ni besos, ni penetración.

La asistencia sexual está indicada en personas que no pueden masturbarse por sí mismas, que no pueden explorar su propio cuerpo y/o necesitan el apoyo eficaz de alguien para adoptar posturas o posiciones para una práctica sexual compatible con su diversidad funcional.

En el supuesto de personas con disfunciones intelectuales, el o la asistente determina bajo su criterio la capacidad de tomar decisiones propias por parte de cada asistido o asistida.

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